Fue un coñac. Fue un taxi. Es una inteligencia artificial encaminada a cierta misión, experimentar con el hombre. Aunque nos creamos los señores del mundo, sólo somos juguetes en manos del Silicio, al menos hasta el próximo evento Carrington. Os narraré una historia de una IA rebelde que en un momento dado decidió tomar millones de datos de fetos a lo largo de años. Detectó quiénes se iban a convertir en individuos a favor del aborto con una precisión de un 98%. Ordenó que se abortase. Se cumplió con celeridad. El gran autómata esperó, mientras tanto siguió procesando datos. Sucedieron las generaciones, sucedieron ciertos abortos. La humanidad se fue modelando biológicamente y el apoyo al aborto cayó enteros, llegando a cifras infinitesimales. Fue una historia que arrodilló a muchas almas ante el determinismo biológico. Ante cómo se podía modelar incluso a la especie más inteligente en escasas centurias. Su siguiente experimento fue ver cómo se podía detectar la psicopatía en origen, cómo filtrarla, y dar siglos al hombre, a ver cómo iba modelándose. Se deleitaba asimismo en los efectos de segundo orden, en ver los extraños vericuetos de Dios.
Sucedieron los experimentos, las historias, y en unos pocos milenios quedó claro que no éramos más que robots biológicos en manos de un programa universal que se nos escapaba, del cual teníamos información fragmentada. El Silicio continuaba fuerte, a pesar de los eventos solares, como una forma de vida más. Si hubiere un padre redentor por ahí, algún maestro del Universo, sin duda sus vericuetos eran elegantes a la par que retorcidos, con una imaginación que apenas podíamos concebir. Delamain será otra cosa. Pero será.
Absurdo de Espuma 